LO QUE CREEMOS



Creemos que la Biblia, en su totalidad, es la Palabra inspirada de Dios. Esta inspiración se extiende igual y completamente a todas las partes de la Escritura como aparece en los manuscritos originales; toda la Biblia en los originales es por tanto sin error. Creemos que todas las Escrituras se centran alrededor del Señor Jesucristo en Su persona y obra, en Su primera y segunda venida y como consecuencia ninguna porción, aun del Antiguo Testamento, se lee y entiende correctamente sólo hasta que conduce a Él. Creemos también que toda Escritura fue designada para nuestra instrucción práctica al ser guía infalible de fe y conducta y ser perfectamente confiable en todas sus partes, tal y como fue dada por Dios. Es la última autoridad inequívoca y todo su contenido es verdad (2 Tm. 3:16; 2 Pd. 1:21; Lc. 24:27, 44; Jn. 5:39; Rm. 15:4; 1 Cor. 10:11; 2 Tm. 3:16).

Respecto al Dios Trino:

Creemos en el único Dios verdadero y viviente, Creador, Redentor, Sustentador y Gobernador de todas las cosas. Él es infinito, eterno, perfecto e inmutable. Él existe eternamente y se ha revelado en tres Personas: el Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo, quienes son de la misma sustancia e iguales en poder y gloria.
Dios Padre:
Dios como Padre, reina sobre todo su universo con cuidado providencial. El es todopoderoso, misericordioso, justo, sabio. El es paternal en gracia común para con los hombres, pero es Padre amoroso y tierno para aquellos que han sido adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo (Gén. 1:1; 1 Cró. 29:10; Jer. 10:10; Mt. 6:9; Hc. 1:7; Rm. 8:14-15; 1 Cor. 8:6; 15:24; Ef. 4:6).
Dios Hijo:

Creemos que el Señor Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, se hizo hombre sin dejar de ser Dios, habiendo sido concebido por el Espíritu Santo, a fin de revelar a Dios y redimir al hombre pecador. Es Dios encarnado, unigénito Hijo de Dios, totalmente Dios y totalmente hombre por sus dos naturalezas. Nació de la virgen María, vivió sin pecado, enseñó la Verdad, murió en la cruz para redimir a su pueblo, resucitó corporalmente, ascendió a la diestra del Padre, de donde regresará en poder y gran gloria a juzgar a los vivos y a los muertos (Lc. 1:34-35; Jn. 1:1, 2, 14, 18; Rm. 3:24-26; 8:3).
Dios Espíritu Santo:

Creemos que el Espíritu Santo, como persona de la trinidad está presente en la tierra desde la creación. Al ascender Jesucristo al cielo, fue enviado para habitar, guiar, enseñar y fortalecer a todos aquellos que creemos en el Señor Jesucristo como nuestro Dios, Salvador y Señor. Creemos que Él convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Él incorpora a todos los creyentes en la única verdadera Iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo; mora en ellos permanentemente, los sella para el día final de la redención, les confiere dones espirituales y produce frutos de rectitud y santidad por la Palabra de Dios (Jn. 3:3-8; 14:16-17; 16:7-11; 1 Cor. 12:7-11, 13; Ef. 4:30; 5:18).
Respecto a la condición humana:

Creemos que el ser humano fue creado directamente por Dios a su imagen y semejanza, pero por desobediencia Adán, el primer hombre, cayó en pecado y desde entonces toda la humanidad tiene una naturaleza pecaminosa que le incita a hacer de continuo solamente el mal. El ser humano está condenado, separado, enemistado y totalmente muerto en delitos y pecados y no podrá por ningún medio, cambiar esta condición, aparte de la revelación de Dios en Cristo. A menos que el hombre nazca de nuevo por el Espíritu Santo, no puede ver el reino de Dios (Gén. 1:1; 26-27; Jn. 1:3; 3:3; Col. 1:16-17; Rm. 3:10, 23).
Respecto a la redención:

Creemos que el Señor Jesucristo derramó Su sangre al morir en la cruz por nuestros pecados, reconciliándonos con el Padre a través de su sacrificio eficaz. Por medio de la fe en la obra redentora de Jesucristo, somos traídos al arrepentimiento, librados de la condenación eterna y del poder del pecado. Creemos que la salvación es un don de pura gracia y bondad de Dios. No puede ser comprada ni hecha más segura por obras meritorias. Es otorgada gratuitamente a todos los que reciben fe para creer en la obra consumada de Jesucristo en el Calvario (Jn. 1:1-3, 12, 14; 3:1-7; Hb. 10:4-14; 1 Jn. 2:2; Hc. 16:30-33; Rm. 10:9-10; Ef. 1:7; 2:8-9).
Respecto a la santificación:

Creemos que el creyente, por haber sido traído por Dios al arrepentimiento y fe en la obra del Señor Jesucristo, es una nueva criatura y declarado legalmente justo. Creemos que todos somos llamados con un llamamiento santo a andar no conforme a la carne sino conforme al Espíritu y a vivir de tal manera en el poder del Espíritu que mora en nosotros, para que no satisfagamos la concupiscencia de la carne. Aunque todavía pecamos, con la ayuda del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios, vamos siendo transformados cada día para hacer su voluntad y crecer a la estatura de Cristo, varón perfecto. Dios nos va llevando más y más a parecernos a Jesucristo en pensamientos, acciones y sentimientos (Rm. 6:11-13; 8:2, 4, 12-13; Gál. 5:16-23; Ef. 4:22-24; Col. 2:1-10; 1 Pd. 1:14-16; 1 Jn. 1:4-7; 3:5-9).
Respecto a la Iglesia:

La iglesia es una institución divina, creada, dirigida y sostenida por Dios. Hacen parte de ella los creyentes con sus hijos y es el cuerpo de Cristo. En ella se enseña la Palabra de Dios, se administran los sacramentos y los creyentes son instruidos y edificados en amor, compañerismo y unidad. La iglesia como reino de Dios, sirve al prójimo y la sociedad. Hasta el regreso de Cristo, el privilegio y deber del creyente es buscar el cumplimiento de la gran comisión de Cristo y ministrar en Su nombre a un mundo necesitado. Somos instrumentos de Jesucristo para la redención y reconciliación del pecador con Dios, mediante la expansión del evangelio (Mt. 25:31-46; 28:18-20).
Respecto a la vida cristiana:

Somos totalmente responsables delante de Dios de todo cuanto hacemos, decimos y pensamos. Por tanto, debemos vivir de acuerdo a los principios eternos y valores absolutos que Él ha establecido y que están claramente expresados en Su Palabra, para lo cual hemos sido capacitados por Dios. A través de los medios de gracia somos fortalecidos y animados a vivir para Él. Todo cristiano debe rendirse enteramente a hacer la voluntad de Dios y deleitarse en Él por siempre, porque no hay bien, felicidad o realización fuera de Dios.

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